SESSIÓ DEL VIDEODROME D'AQUESTA NIT.
Avui, a les 21:30, passem a l'Ateneu Candela "El Cebo", pel·lícula extraordinària de Ladislao Vadja de 1958. A qui no l'hagi vist encara us recomanem que us apropeu, perquè gaudireu d'un film al més pur thriller negrecriminal, amb una inquietant atmosfera, tot i ser una històra criminal que surt dels escenaris urbans, més típics.
Us deixem una resenya de Joaquín Juan Penalva què ens sembla molt encertada. Espereu a demà a llegirla (si podeu) i contrastareu el que ell diu amb la vostra experiència després de veure aquesta nit la pel·lícula.
EL CEBO
Es geschah am
hellichten Tag. Ladislao Vajda. Alemania, Suiza, España, 1958.
El cebo es una
auténtica rareza dentro del cine español, pero no por su adscripción genérica,
ya que, aunque en España el cine negro no había menudeado, sí había arrancado
con títulos como Apartado de correos 1001 (Julio
Salvador, 1950) o Brigada criminal (Ignacio
F. Iquino, 1950), sino por el hecho de tratarse de una coproducción entre
España, Alemania y Suiza, dirigida por un húngaro nacionalizado español, rodada
con actores de diversas nacionalidades en Suiza y en lengua alemana. En la
elaboración del guion participó el escritor Friedrich Dürrenmatt, quien, con
posterioridad al estreno la película de Vajda, pero también en 1958, publicó en
Suiza una novela titulada La promesa: Réquiem por la
novela policial,en la que regresaba a la misma historia.
Ladislao Vajda, que comenzó su carrera como
guionista en el cine austriaco y alemán y trabajó como montador para Billy
Wilder y Henry Koster, estrenó El cebo en un
momento muy dulce de su carrera, justo después de las tres películas que había
hecho con Pablito Calvo: Marcelino pan y vino (1955), Mi
tío Jacinto (1956) y Un
ángel pasó por Brooklyn(1957). El
cebo es una suerte de cuento macabro que
recuerda en ciertos aspectos a M,
el vampiro de Düsseldorf (M,
Fritz Lang, 1931) y a La noche del cazador (The Night of the Hunter,
Charles Laughton, 1955), con algunas reminiscencias de El
doctor Frankenstein (Frankenstein,
James Whale, 1931), si bien su hilo argumental parece estar trazado sobre un
cuento clásico, “Caperucita Roja”.
El título en alemán, Es
geschah am hellichten Tag, que podría traducirse como “Sucedió a
plena luz del día”, es más sugerente y menos explícito que en castellano, y,
además, pone de relieve uno de los grandes méritos de la película, que es hacer
cine negro a pleno sol. De hecho, El cebo abandona
el espacio urbano típico de las películas de este género y sitúa la acción en
un bosque junto a la carretera, donde un buhonero, Jacquier (Michel Simon),
descubre el cuerpo sin vida de una niña. Aunque todo apunta a la autoría del
propio buhonero, el comisario Matthäi (Heinz Rühmann) no está convencido. Desgraciadamente,
Matthäi ha dejado su puesto y debe partir hacia un nuevo trabajo en Jordania,
pero, en el último momento, abandona ese nuevo puesto y se pone a investigar el
caso, que ha quedado cerrado tras el suicidio del buhonero.
A partir de ese instante, Matthäi se
obsesiona por encontrar al auténtico asesino y no duda en tenderle una trampa,
aunque para ello tenga que emplear un cebo humano. El
cebo cuenta la historia de la obsesión de Matthäi, quien, poco a
poco, va estrechando el cerco en torno a ese mago o gigante que viaja en un
gran coche negro y les regala a las niñas erizos (trufas). Uno de los grandes
aciertos de Vajda es presentar al asesino, si bien de forma demorada, en mitad
del metraje. Se trata de Schrott (un inmenso Gert Fröbe), un pobre infeliz
subyugado y ridiculizado continuamente por su esposa, de la que había sido
anteriormente chófer.
Recuerdo haber visto esta película en la televisión cuando era
niño y no me pareció en absoluto una película policiaca, sino más bien un
cuento de terror, en el que un gigante asesinaba a las niñas que se adentraban
en el bosque. Lo terrible es que el comisario Matthäi convierte la caza del
asesino en un asunto personal y prosigue su investigación al margen de la ley,
desde una gasolinera que compra para poder vigilar la carretera que comunica
Zurich con el cantón de los risones.
Aunque El cebo pueda
recordar por su argumento a Plenilunio (Imanol Uribe, 1999), la verdad es que
tiene poco que ver con la película de Uribe, basada en una novela de Antonio
Muñoz Molina. Sean Penn dirigió una trasposición de la novela de Dürrenmatt, El juramento (The Pledge, Sean
Penn, 2001), protagonizada por Jack Nicholson, en la que su personaje se parece
más al protagonista de Zodiac (David
Fincher, 2007) que al de El cebo. Y es
que, no en vano, la novela de Dürrenmatt, escrita a
posteriori, no acaba igual que la película de Vajda.
Nada sobra en El
cebo; se muestra muy poco, apenas lo imprescindible para poner
en escena una historia dura que no se regodea en el dolor ni en el
sentimentalismo. Es muy interesante ese montaje paralelo en el que, por un
lado, vemos al comisario tratando de encontrar al asesino, y, por otro, al
asesino maltratado psicológicamente por su esposa. Conocemos al asesino antes
que Matthäi, y eso resulta muy atractivo, porque vamos descubriendo cómo se va
estrechando el cerco y cómo, incluso, el cazador y la presa coinciden en un
momento sin reconocerse.
De lo que habla El
cebo es de un
mundo que ha perdido la inocencia, un mundo en el que los magos que ofrecen
chocolates a las niñas pueden transformarse en asesinos en serie. Y lo más
inquietante es que Schrott no es el único monstruo de la película, ya que
Matthäi se deja llevar también por los más bajos instintos con tal de atrapar
al asesino.
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